
Mi estadía en el norte peruano se iba aplazando debido a la gratitud de la gente. Y fué Abel Abelardo quien me invitó a su casa huerta en el caserío de Chocofán. Este pequeño lugar de apenas mil habitantes basan su esfuerzo en la agricultura y en la crianza de animales. La casa parecía que estaba abandonada y rodeada de ciruelos y de maizales como en algunas peliculas de terror. Como ya estaba oscureciendo no podía dejar de subir a uno de los cerros que tiene Chocofán. Abel me dijo que en la cima dormían las aves carroñeras. Quería verlas también. Las piedras que caían no me iban a detener, quería estar arriba. Y asi fué. Cuando el viento (debido a la altura) hizo girar mi cuerpo, estuve apreciando en casi su totalidad, el valle del Pacatnamú. Que paja! El valle lleno de cultivos y al fondo muy lejano, la vista del mar azul. El sol se escondía y con ello sus habitantes. Todos se guardaban y yo aquí jugando con la cámara y mi imaginación. Hasta Mañana...

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