
Las tiendas empezaron a cerrar por la llovizna. Los transeúntes que caminaban por la ciudad imperial tomaban el taxi ,o entodo caso, se colocaban los plásticos en la cabeza para no mojarse. La lluvia era fuerte como el hambre que sentía. Para colmo, casi me resbalo por querer entrar rápidamente al primer techo que vi. No quería tener la ropa mojada. Fué una anticuchería llamada "Condorito". El local tenía en todas sus paredes la famosa caricatura del cóndor chileno en todo su esplendor con los amigos de Pelotihué . César alias "trinchera",se reía de la manera como había esquivado los baches de las calles. Dentro de una hora nos íbamos a juntar con unos amigos cuzqueños para irnos a cualquier bar y vivir la bohemia. Y Para no sentir la pegada...que mejor alimentarse con unos deliciosos anticuchos de corazón y por supuesto acompañado de una riquísima Inca Cola. Al terminar de comer, la lluvia no paraba al igual que la risa de César. Esa jocosidad mía nos había empilado el espíritu (por decirlo de esa manera) y cada vez que nos acordabamos de como casi beso el suelo levantabamos los vasos para brindar. ¡Salud por Cuzco! repetíamos.
Mañana te cuento...

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